Conocimos y experimentamos las bondades (y desventajas) del e-learning en sus diferentes formatos: tradicionalmente se trata de cursos autoadministrados, con mayor o menor nivel de interacción asincrónica –tutorías por mensajería y participación en foros- y, quizá en menor medida, sincrónica, a través de herramientas tales como el Chat o las famosas aulas virtuales.

Las herramientas conocidas como “aulas virtuales” o de “colaboración en la web” disponen de múltiples aplicaciones que posibilitan las presentaciones en vivo con orador, pizarra interactiva, participación genuina de los asistentes al evento de formación y/o colaboración; en algunos casos permiten compartir aplicaciones de escritorio (funcionalidad muy útil para capacitaciones sobre sistemas) como así también disponen de la opción de video, transferencia de archivos o grabación de la sesión u la posibilidad de acceder a la misma en otro momento. Por otro lado, las mejoras tecnológicas posibilitan el acceso a este tipo de experiencias aun cuando los usuarios dispongan de diferentes tipos de conexión y ancho de banda, y “sin que ninguno se quede atrás” por razones técnicas. Es por esta razón que el uso de este tipo de aplicaciones puede ser aprovechado por diferentes tipos de instituciones, ya sean académicas, de enseñanza básica u organizaciones corporativas.
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